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15 años de Cosmogramma: el big bang sónico de Flying Lotus

mayo 5, 2025
15 Aniversario Cosmogramma

En mayo de 2010, Flying Lotus soltó Cosmogramma al mundo y, sinceramente, nadie estaba listo. Ni el jazz, ni el hip-hop, ni la electrónica, ni los beatmakers de Los Ángeles. Era un disco que venía a desdibujar los límites, a convertir el caos en forma, y a demostrar que Steven Ellison —aka FlyLo— no solo estaba jugando con loops, sino inventando un universo paralelo a través de los sonidos.

A 15 años de su lanzamiento, Cosmogramma resuena y se siente como si viniera del futuro. Y no solo por su producción hiper texturizada y sus quiebres rítmicos imposibles, sino porque fue uno de esos discos que capturó una energía cultural que apenas se estaba formando. FlyLo venía del linaje de la experimentación, sobrino nieto de Alice Coltrane, hijo de una familia musical y profundamente espiritual, con raíces en el jazz cósmico y la programación digital. Y en Cosmogramma, todo eso hizo un big bang.

El disco se siente como una transmisión de otra dimensión. Es caótico pero meditativo, lleno de glitches, sintetizadores analógicos, breaks de batería imposibles y bajos que suenan como si vinieran del centro de la Tierra. Pero también hay cuerdas, melodías y voces que entran y salen como sueños. Es un álbum obsesionado con la muerte (dedicado a su madre, que falleció durante el proceso de creación) pero que termina celebrando la vida en toda su rareza.

Cosmogramma reúne nombres como lo son Thom Yorke, Thundercat y Miguel Atwood-Ferguson, pero más que nombres, lo importante es cómo estos elementos se integran en un flujo continuo. Aquí no hay sencillos diseñados para el algoritmo. Hay movimientos. Cambios de estado. Es un álbum que se escucha como una película: sin pausa, sin distracciones, sin skip.

En esa época, el sello Brainfeeder —fundado por el propio FlyLo— era el epicentro de una escena que mezclaba MPCs, filosofía, videojuegos, jazz espiritual, anime y drogas psicodélicas. Gente como Gaslamp Killer, Teebs, Samiyam y Shlohmo estaban girando en esa misma órbita. Cosmogramma fue el manifiesto de ese momento. El disco que tomó lo que J Dilla había dejado como herencia y lo llevó al espacio exterior.

También fue el punto donde Flying Lotus se posicionó como algo más que un productor cool de LA. Fue cuando quedó claro que estábamos frente a un artista con visión de autor. Alguien que no solo hacía beats, sino que diseñaba experiencias sonoras complejas, cargadas de identidad, riesgo y una sensibilidad estética fuera de lo común.

Escucharlo hoy es confirmar que Cosmogramma no envejeció. Más bien nosotros tuvimos que crecer para entenderlo. Su influencia se siente en artistas que vinieron después, desde Kendrick Lamar (To Pimp a Butterfly no existiría sin este disco) hasta toda la generación de beatmakers que entendieron que producir también podía ser narrar, romper y sanar.

En una época donde la música tiende a lo digerible, Cosmogramma sigue siendo un reto. Un collage cósmico que se resiste a ser definido. Una obra que nos recuerda que el arte puede ser confuso, complejo, y aún así profundamente humano.

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