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Después del boom: el agotamiento de los headliners y la repetición como política

junio 12, 2025

Durante la última década (en especial los últimos seis años), el circuito de conciertos y festivales en México ha estado marcado por una inercia evidente: los mismos nombres, una y otra vez. Artistas como Tame Impala, Arctic Monkeys, The Killers, Weezer, Franz Ferdinand o Lana Del Rey —todos importantes a su manera— han encabezado cartel tras cartel, girando por los mismos escenarios, con las mismas fórmulas. Lo que comenzó como un auge celebratorio se ha convertido en una reiteración predecible. Ya no hay sorpresa, y cada anuncio que pretende ser épico se percibe más como eco de un pasado reciente que como promesa de futuro.

Y la gran pregunta es: ¿qué sigue después de esto?

El problema no es que estos artistas hayan perdido valor o calidad; el problema es que el modelo mismo ha colapsado bajo el peso de su propio éxito. La idea de que un festival se define por su “headliner” ha dejado de tener sentido en una época en la que todo es accesible, todo es inmediato, y las audiencias han aprendido a consumir música de formas más fragmentadas y personales. Lo que antes se sentía como un evento único, hoy es apenas otro ítem en una lista de consumo cultural acelerado.

Lo más preocupante es que, en lugar de asumir esta transformación, los festivales mexicanos han optado por el estancamiento. Siguen pensando como hace diez años: buscan repetir el modelo de Lollapalooza o Coachella: repetir los grandes nombres globales, sin considerar el contexto local, la evolución de los públicos o la necesidad de curaduría más audaz. Y lo que se suponía debía ser una celebración de la música y la cultura se vuelve una transacción vacía, sin riesgo ni discurso.

En este panorama, la repetición no es solo estética: es política. Repetir a los mismos artistas, ignorar escenas independientes, minimizar propuestas latinoamericanas o locales, es una forma de silenciar nuevas narrativas. Es optar por lo cómodo en lugar de lo relevante. Es suponer que el arte debe obedecer a la lógica de mercado, incluso cuando esa lógica ya no es rentable ni sustentable.

Porque la verdad es esta: ya no hay suficientes headliners que generen el entusiasmo necesario para justificar el costo, el despliegue y la expectativa. El modelo ha alcanzado un punto de saturación tan profundo que incluso los grandes nombres pierden peso. Los festivales han dejado de ser espacios de descubrimiento para convertirse en espacios de nostalgia inmediata. Y eso, tarde o temprano, agota.

Lo que sigue no es fácil, pero sí urgente: replantear el sentido de los festivales. Que dejen de pensar en carteles como listas jerárquicas y empiecen a pensar en experiencias. Que se enfoquen en la curaduría, en el contexto, en la comunidad, en la pluralidad de propuestas que existen más allá del algoritmo. Que se atrevan a perder para ganar: a invertir en artistas que están construyendo el presente y no sólo repitiendo el pasado. Que reconozcan que ya no se trata de traer “lo más grande”, sino de hacer lo más significativo.

El público está listo para otra cosa. Lo demuestra cada vez que llena venues pequeños, consume artistas emergentes, forma comunidades digitales o se conecta con proyectos que antes no tenían visibilidad. La industria, en cambio, sigue hablando en el idioma de hace dos décadas. Pero incluso ese lenguaje se está volviendo incomprensible.

Cambiar no es solo una estrategia: es una necesidad cultural. Porque si no se renueva el sentido de lo colectivo, si no se apuesta por el contenido y el contexto, los festivales terminarán por volverse irrelevantes. Y no por falta de artistas, sino por falta de imaginación.

Quizás el tiempo de los grandes headliners ya pasó. Quizás estamos justo en el umbral de algo nuevo. Pero para cruzarlo, hay que dejar de mirar siempre hacia arriba, y empezar a mirar alrededor.

Por: Jorxx Feral

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