
Desde la pandemia, la forma en que nos relacionamos y vemos el mundo (o el mundo nos ve a nosotrxs) ha cambiado drásticamente. El auge de redes sociales como TikTok trajo consigo una avalancha de información sobre bienestar y salud mental que, lejos de generar un impacto positivo generalizado, ha sembrado un tipo de ansiedad peculiar.
Desde psicólogos de TikTok desinformando sobre conductas perfectamente normales hasta personas que predican el “good vibes only” y terminan siendo todo menos “buenas vibras”, el wellness ha puesto en juego no solo la salud mental de quienes lo practican, sino también su capacidad de interactuar con los demás.
Este movimiento, que en su esencia promueve una vida saludable y equilibrada, ha derivado en una especie de dogma moderno que puede resultar asfixiante para quienes no lo adoptan. Bajo el lema del autocuidado y la autosuperación, los influencers del wellness han normalizado un discurso que muchas veces culpa a las personas por cualquier dificultad en sus vidas: “¿Estás estresado? No meditas lo suficiente”. “¿Te sientes mal? Seguramente es tu dieta”. “¿Te divertiste el fin de semana con alcohol y amigos? Estás dañando tu cuerpo y mente”. Estas afirmaciones han creado una atmósfera donde disfrutar de ciertos placeres cotidianos o simplemente atravesar emociones humanas comunes, como la tristeza o el enojo, es visto como un fracaso personal.

La demonización de elementos culturales como el alcohol o la comida considerada “poco saludable” es un claro ejemplo de cómo el wellness se ha convertido en un estándar rígido e inalcanzable. Quienes eligen divertirse o relajarse de maneras tradicionales, alejadas de retiros espirituales o sesiones de yoga al amanecer, son a menudo percibidos como personas que no se toman en serio su bienestar e incluso inferiores. Esta postura ha generado una brecha social entre los “bienestaristas” y quienes prefieren llevar una vida más flexible y despreocupada.
Más preocupante aún es el impacto en los círculos sociales y familiares de las personas que se adentran profundamente en el mundo del wellness. La constante búsqueda de la perfección física, mental y espiritual puede convertirlos en individuos intolerantes con quienes no comparten sus hábitos. El ambiente se vuelve tenso cuando se sienten obligados a corregir cada actitud que consideran “poco sana” o “tóxica”, imponiendo una visión única de cómo se debe vivir.

Lo que comenzó como un movimiento para mejorar la calidad de vida ha terminado provocando una especie de terror silencioso: el miedo a ser juzgado por no encajar en estos nuevos estándares de vida “perfecta”.
Este fenómeno pone en evidencia que, aunque el wellness nació como una respuesta a un mundo caótico y desgastante, se ha transformado en una fuente de presión constante. Es importante recordar que el bienestar no es una fórmula universal, ni un camino único que todos deban seguir.

Tal vez, lo que realmente necesitamos es aprender a coexistir sin imponer nuestras propias visiones de lo que es una vida plena y saludable. Al final, el verdadero wellness no debería ser una doctrina rígida, sino una invitación abierta a sentirnos bien sin miedo al juicio ajeno.