
Han pasado casi 5 años desde que la pandemia cambió profundamente la vida de millones de personas. Durante ese tiempo, la industria del entretenimiento en vivo, particularmente los conciertos y festivales, se vio paralizada. Siendo los “conciertos digitales” una opción para no detenerse, aunque fue más una práctica para no realizar devoluciones de tickets en shows ya pactados más que una manera de seguir generando un “pequeño” ingreso.

La incertidumbre era abrumadora: muchos temíamos que el mundo que conocimos nunca volvería, y esa sensación de pérdida se amplificó cuando caímos en cuenta de que la oportunidad de ver a nuestros artistas favoritos podría no repetirse.
Con la reapertura del mundo y la vida cotidiana, la demanda de experiencias en vivo se disparó. El “FOMO” (Fear of Missing Out) se convirtió en un motor poderoso para el consumo, con fanáticos ansiosos por recuperar el tiempo perdido. Sin embargo, este renovado deseo de asistir a conciertos fue rápidamente capitalizado por las promotoras de eventos. En lugar de ofrecer un retorno a la normalidad, la industria impuso un nuevo modelo donde la accesibilidad quedó en segundo plano, y el lucro se puso en primerísimo lugar.

Los precios de los boletos para conciertos y festivales se han disparado a niveles insostenibles, reflejando no solo la inflación y los costos logísticos, sino también una evidente ambición desmedida por parte de las empresas monopolizadoras. Lo que antes era un lujo ocasional se ha convertido en un privilegio inalcanzable para muchos. Incluso, grandes festivales que antes ofrecían una variedad de precios ahora exigen tarifas exorbitantes, justificadas por la “nueva normalidad” y las “necesidades de adaptación” tras la pandemia. Incluyendo esto el método cashless a través de recargas de dispositivos NFC (Near Field Communication) que agregan dos pasos más al proceso de adquirir supplies en los festivales.
Esta situación ha tenido consecuencias devastadoras para las promotoras independientes, que simplemente no pueden competir en un mercado tan distorsionado. Muchas han cerrado, incapaces de soportar la presión de los gigantes de la industria que, en su afán de maximizar beneficios, han acaparado los espacios más lucrativos y han subido los precios a niveles inaccesibles para el consumidor promedio.
Siendo un ejemplo de esto el recientemente cancelado Desert Daze en California que prometía ser una de las ediciones más grandes pues habría instalaciones artísticas, visuales y actos como Jack White, Alex G, Thundercat, Danny Brown, Cigarettes After Sex. Tres días donde la psicodelia, sonidos alternativos y hasta hip hop tomarían Lake Perris. No se habla de una cancelación del festival para siempre, sin embargo a un mes y medio de celebrarse se vio un clima en el que a falta de presupuesto tuvo que cancelar la edición 2024, y esperando que no se cumpla la regla de que una sola vez destruye todo lo construido. Los altos costos de operación y la enorme cartelera de eventos hacen imposible y abrumador el hecho de ir a festivales y conciertos de organizadoras independientes. (Con los cuales el usuario tiene una mejor experiencia personal como en México solía ser NRMAL u hoy en día Hipnosis).

La calidad de la experiencia en los conciertos y festivales ha sufrido. Con el aumento de precios no ha venido un incremento proporcional en la calidad del servicio o las comodidades ofrecidas; al contrario, muchos asistentes reportan sobreventas, mala organización e incluso una negación a facilitarnos nuestras necesidades básicas con los precios de botellas de agua inconcebibles.
Un tratamiento que refleja el desapego de las organizadoras hacia su audiencia, vistas más como una fuente de ingresos que como verdaderos fanáticos de la música, más en un mercado donde los más ricos viven desconectados de la recesión que se está viviendo, transformando los conciertos y festivales en un lujo inalcanzable más que en un gusto. Al día de hoy estamos viviendo una recesión donde es imposible cubrir gastos tan básicos ahora un concierto sale de nuestro plan.

La promotora más grande e importante de México (por no llamarla monopolio) recientemente tuvo algo que no veíamos hace mucho, una promoción la cual durante 3 días podríamos adquirir boletos al 2×1 para los shows y festivales más esperados. Lo cual más que una “excelente estrategia de marketing” refleja lo que más tememos. Es tan insostenible asistir a conciertos que no están vendiéndose, no es normal que el acceso a 3 días de festival ronden los $10,000 (o $6000 por día) lo cual oscila a ser el salario mínimo mensual en México.
Mientras que la pandemia cambió drásticamente la forma en que vivimos y nos relacionamos con el mundo, también destapó una faceta sombría de la industria del entretenimiento en vivo. Las grandes promotoras han aprovechado la crisis para justificar un abuso hacia el consumidor, priorizando la ganancia sobre la accesibilidad y la experiencia. Así, mientras el “FOMO” empuja a muchos a seguir asistiendo a estos eventos a cualquier costo, la realidad es que el sector está alienando a una gran parte de su base de fans, poniendo en peligro el futuro de los conciertos tal y como los conocemos.